Fernando Araldi se desempeña como escritor y fotógrafo. (INTERNET) |
Hijo de Raúl Araldi y Diana Oesterheld, y nieto del escritor e historietista Héctor Oesterheld, este joven transcurrió su infancia y parte de su adolescencia en Pergamino, bajo la crianza de sus abuelos paternos, luego de que sus progenitores fueran capturados durante la última dictadura militar. En estas líneas se pretende reconocer la historia de Fernando, su conexión con nuestra ciudad y su realidad.
DE LA REDACCION. Durante casi 38 años para Fernando la vida estuvo compuesta de relatos escuetos, algunas fotos y deducciones sobre quiénes fueron sus padres, Raúl Araldi y Diana Oesterheld, sus tres tías, y su abuelo, el escritor e historietista Héctor Oesterheld. De chico pasó por la etapa de creerlos muertos en un accidente. Cerca de los 9 años empezó a entender que habían sido militantes políticos, que entre otros miles terminaron desaparecidos.
Pero hace algunos años todo cambió, y se transformó su vida luego de la aparición del cuerpo de su papá, hallado casi íntegro en un cementerio municipal de Tucumán.
Fernando en Pergamino
La historia de Fernando roza de cerca a los pergaminenses ya que durante su niñez y parte de su adolescencia, este poeta y fotógrafo vivió, junto a sus abuelos paternos en nuestra ciudad.
La familia Oesterheld sufrió la más cruel y brutal desaparición de casi todos sus miembros. Y es su nieto Fernando, uno de los pocos sobrevivientes de esta familia, quien tendrá su lazo con nuestra ciudad.
Pergamino, además de formar parte de uno de los escenarios en la historieta creada por el historietista Héctor Oesterheld, ha sido un lugar en el que el transcurrir de la historia familiar marcó un hito. Fernando fue criado desde muy pequeño por sus abuelos a pocas cuadras del Arroyo, habiendo llegado a Pergamino por circunstancias muy dolorosas propias del tiempo del terrorismo de Estado.
Cómo fueron los hechos
A modo de recordar la historia, se cuenta que la familia Oesterheld fue víctima, durante la última dictadura militar, de la desaparición del padre y sus cuatro hijas: Estela, Diana, Beatriz y Marina, de entre 18 y 24 años, y dos yernos, fueron secuestrados y asesinados, formando parte de los miles de desaparecidos durante la dictadura militar. Dos de las hijas, Marina y Diana, estaban embarazadas y aún se desconoce el paradero de sus bebés. El hijo de Estela, que contaba con tres años de edad fue criado por Elsa, la esposa de Oesterheld.
Diana conoció a Raúl Araldi, su compañero, también en un cuadro montonero; y con él tomó la decisión de viajar, primero a Salta y más tarde a Tucumán. Llegaron a San Miguel en diciembre de 1975, y se instalaron en una humilde casita en la calle Frías Silva, del barrio Ciudadela. Con Diana y Raúl viajó el pequeño Fernando, nacido en junio de 1975.
En su hogar de ladrillos a la vista, Diana encontró la felicidad: muchos años después, un vecino comentó sobre ellos: “Era una familia bien abierta, tenían una huerta en el fondo que compartían con los vecinos; los niños del vecindario jugaban dentro de esa casa…”. Pero en pocos meses, Tucumán se volvió territorio cercado. Las fuerzas parapoliciales ganaron las calles, el ejército salió de caza por los barrios y el proyecto revolucionario de cientos de jóvenes quedó aplastado bajo las botas militares. En julio de 1976, dieron con el rastro de Diana. Entraron a empujones a la casa y se llevaron a la pareja de compañeros que cuidaba a Fernando. Diana escapó por poco. Raúl siguió la escena desesperado, sin poder hacer nada, a escasos metros de distancia. Apenas atinó a seguir sigilosamente el móvil policial para descubrir el lugar donde iba a ser abandonado su pequeño hijo: la Sala Cuna. Desde entonces, encomendó a sus padres la ardua tarea de intentar recuperar a Fernando de las garras de los chacales.
Los abuelos Araldi lo consiguieron después de varias semanas de insistencia y lograron trasladar a Fernando a Pergamino. Apenas tres días antes del rescate de su hijo, cayó Diana. Era el 7 de agosto de 1976. Tenía 23 años cuando se la llevaron, y estaba embarazada de seis meses.
Armar la historia
En una entrevista que Fernando brindó a un medio nacional, dijo que “hasta que tuve 8 ó 9 años no supe la verdadera historia. Para que creciera mentalmente sano no me decían la verdad, sino que mis papás habían fallecido en un accidente. Pero siempre supe, desde chiquito, que mis abuelos eran mis abuelos, y que mis padres estaban ausentes. Después ya pude ir armando la historia”.
Por muchos años se aferró a lo que le contaban sus abuelos. Cuando comenzaron los juicios por los crímenes de la última dictadura en Tucumán, empezó a tener más detalles. Ahí supo, por ejemplo, que su mamá había estado detenida en el centro clandestino que funcionaba en la Jefatura de Policía, aunque no está claro cuánto tiempo, ni cuándo ni dónde dio a luz a su bebé. Un testigo que estuvo secuestrado y que luego trabajó para la policía entregó en 2010 dos biblioratos con una lista con 293 personas privadas ilegalmente allí de su libertad. Al lado de 195 de esos nombres figuraba la sigla “DF”, que significaba “disposición final”, es decir, que los habían asesinado. Uno de esos nombres era el de Diana, su mamá.
Hace algunos años, Fernando dejó una muestra de sangre en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Después supo que podía hacer lo mismo en el Equipo Argentino de Antropología Forense, que rastrea los cuerpos de víctimas de la maquinaria represiva de la última dictadura. En un comienzo, lo hizo en cementerios. Con el tiempo, a medida que se complejizó el trabajo y se perfeccionaron las técnicas, el equipo llevó su búsqueda a batallones y destacamentos militares. Hubo hallazgos en Campo San Pedro, en Santa Fe, en el Arsenal Miguel de Azcuénaga y en el Pozo de Arana.
La importancia de recuperar
Al papá de Fernando lo encontraron en uno de los cementerios municipales de Tucumán. Cuando el Eaaf lo llamó para darle la noticia, pidió verlo y quedó perplejo. “Empecé a conocer a los amigos de mi viejo del secundario y de la universidad. Había estudiado Química y le faltaba una sola materia para recibirse. Me contaron que en la secundaria era un tipo jodón, recién en la facultad se metió en política”, detalla. “Esto me permitió acercar aquello que estaba en relatos y ver a mis viejos como seres humanos, empecé a conocer cosas del día a día. Yo recuperé mi historia”, enfatiza.
Además de recuperar los restos de su papá, en medio de los juicios de lesa humanidad en Tucumán, Fernando pudo recuperar también la casa donde había vivido durante su primer año de vida. “Había sido usurpada por María Elena Guerra, que era policía en la dictadura, y aparentemente era la amante de Roberto Albornoz, que era el jefe de la Policía. Ella vivió años en esa casa”, relata. En un juicio, recuperó la vivienda, que donó. Albornoz fue condenado por la desaparición de sus padres, entre otros 16 casos.
De su mamá, a Fernando le contaron que tenía “una personalidad avasallante a nivel de su compromiso político”, “siempre dispuesta al trabajo social”, que además era lo que estudiaba. Su departamento actual, en Palermo, está rodeado de libros de su abuelo Héctor. “Su obra me sirvió mucho para conocerlo. Trato, además, de separar a mi abuelo en su parte política de su parte artística. A través de sus cuentos de ciencia ficción, por ejemplo, lo puedo conocer, admirar y cuestionar.” No todo, aclara, es El Eternauta, su obra más importante.
Celebrar
En 2013 Fernando vivió momentos verdaderamente extraños, dice. Fue cuando se puso a planificar la ceremonia para despedir los restos de su papá en el cementerio de Chacarita. Para él era una celebración, pese a que los entierros suelen ser motivo de tristeza. Además, advirtió que podía sepultarlo junto con sus propios padres, Juan Araldi y Soledad, que fallecieron en 2007 y 2010. “Los junté a los tres, fue una satisfacción total”, cuenta. Estaba contento.
Un proyecto de ordenanza que quedó trunco
El 5 de noviembre de 2012 fue aprobado por unanimidad un proyecto de ordenanza, el Nº 7.658/2012, que fue presentado por el bloque de concejales del Frente para la Victoria, en esa oportunidad conformado por Mónica Filippini (autora del proyecto), Gabriel Cairat, Héctor Cattaneo, Juan Carricart y Carlos Córdoba.
La normativa contemplaba la necesidad de crear y ampliar espacios de memoria enlazados al arte y la cultura en Pergamino, por ello se propuso emplazar un mural en la vera del Arroyo que contempla la instauración de un lugar que posibilite homenajear a Héctor G. Oesterheld un gran historietista argentino, quien fuera víctima del terrorismo de Estado, y creador de la historieta “El Eternauta”. Se pretendía que el mural expusiera imágenes del capítulo de esta historieta en el que se menciona nuestra ciudad y se sitúa el arroyo Pergamino como escenario del relato.
Lamentablemente la ordenanza aprobada no pudo ser llevada adelante y quedó trunca.
En el proyecto se cuenta la historia de la vida del autor que nació en 1919. Estudió y se graduó en la carrera de Geología. A partir de 1950 comenzó a escribir guiones de historietas y relatos de aventuras. Es sin dudas El Eternauta la creación que le ha dado un lugar entre los maestros de la historieta, y le permitió superar ampliamente el género.
A principios de la década del setenta se incorporó a la organización Montoneros. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado en La Plata. Estuvo detenido en Campo de Mayo y en una cárcel clandestina de La Tablada. Se cree que fue asesinado en Mercedes. Oesterheld desapareció en 1977, durante la última dictadura militar.
El proyecto pretendía ser un homenaje por esta proximidad que surge del hecho de que Fernando Araldi Oesterheld transitó en nuestra ciudad parte de su vida, cuando era un niño despojado de su familia, pero que recibió de sus abuelos el amor y la contención para ser hoy un hombre que lleva adelante la lucha no solo por la memoria de sus padres, sino de todos los desaparecidos.
http://www.laopinionpergamino.com.ar/locales/pergaminense-adoptivo-la-historia-de-fernando-araldi-hijo-y-nieto-de-militantes-desaparecidos