Un personaje de los años ‘30 denunció que le habían robado un tesoro que había encontrado en un paraje cercano a nuestra ciudad. Decía que eran tres cofres que contenían un “tesoro” del virrey Sobremonte. La hipótesis de Pancho Sierra. Un tesoro colonial, una estafa, una muerte y una historia que tuvo en vilo al país.
Un tesoro colonial, una estafa, una muerte y una historia que conmocionó a los argentinos a finales de 1938. Durante la primera mitad de agosto siguieron con frenesí las informaciones que venían desde Pergamino y las subsiguientes noticias sobre la investigación policial y judicial. La historia comienza cuando un personaje de aquellos años, Viernes (si, así como el compañero de Robinson Crusoe) Scarduglia o Scardulla, que vivía en Venado Tuerto desde 1920, llegó hasta la sede policial para denunciar que había sido estafado y que le habían sustraído un tesoro que había encontrado en algún paraje cercano a Pergamino. Poco afecto al trabajo, se dedicaba a actividades de manosanta, dada la excelente “llegada” que decía tener con la Virgen de Luján. En un momento dado poseyó caballos de carrera, siempre perdedores. Su gran pasión era el juego. Había perdido mucho dinero en las mesas de naipe de Venado Tuerto, para consternación de su laboriosa mujer. Como todo estafador, tenía trato muy agradable y su voz sonaba muy convincente. Sus días pasaban sin trascendencia hasta el momento de su denuncia, suceso que lo catapultó a las primeras planas de todos los diarios del país.
El oro de Sobremonte
El oro de Sobremonte
Su historia era que en el campo “La Blanquita”, cerca de Pergamino, había descubierto por casualidad un pequeño túnel. Se metió y, tras romper una antiquísima pared, encontró tres pesados cofres. Estos, dijo, contenían el “tesoro” que el virrey Sobremonte se llevó a Córdoba en 1806, cuando huía de los invasores ingleses. Narró que, con su cuñado, al no poder abrir (?) los cofres, resolvieron cargarlos hasta Buenos Aires, al Senado de la Nación. Y que allí, un tal doctor Monti, “alto funcionario”, le había dicho que dejara las cajas en su estudio, a media cuadra del Congreso, y que él arreglaría la venta de su contenido por muy buen precio. Afirmaba Scardulla que volvió a Venado Tuerto, y que durante un tiempo se carteó con Monti, quien le prometía vender el tesoro (de “más de 100 kilos de oro y 33 de piedras preciosas”), pero nunca concretaba la operación. Scardulla afirmaba que, considerándose estafado, había resuelto denunciarlo todo.
Hasta aquí parte de la estafa, o eso parecía, y aparece la muerte. La policía rastreó al tal “Dr Monti” con insistencia e intensidad, hasta que dio con él. No era ni doctor, presuntamente abogado, ni Monti. Era Carlos Valdivieso, un reconocido estafador chileno con un interesante y largo prontuario. Estaba en manos de sus custodios y ante un descuido de ellos se arrojó desde uno de los pisos altos del Departamento Central de Policía fracturándose el cráneo, más tarde esas lesiones lo llevaron a la muerte. En su dedo tenía un anillo de oro que, según un joyero, era de manufactura muy antigua.
El suicidio de Monti-Valdivieso dio un aire de verdad al relato de Scardulla. A todo esto, el periodismo se hacía una fiesta con el “tesoro del Virrey”, tema que tenía sobre ascuas a todos los lectores del país.
Quizás todo esto haya generado hasta dudas en los historiadores sobre el destino final de aquel tesoro colonial.
Hasta aquí parte de la estafa, o eso parecía, y aparece la muerte. La policía rastreó al tal “Dr Monti” con insistencia e intensidad, hasta que dio con él. No era ni doctor, presuntamente abogado, ni Monti. Era Carlos Valdivieso, un reconocido estafador chileno con un interesante y largo prontuario. Estaba en manos de sus custodios y ante un descuido de ellos se arrojó desde uno de los pisos altos del Departamento Central de Policía fracturándose el cráneo, más tarde esas lesiones lo llevaron a la muerte. En su dedo tenía un anillo de oro que, según un joyero, era de manufactura muy antigua.
El suicidio de Monti-Valdivieso dio un aire de verdad al relato de Scardulla. A todo esto, el periodismo se hacía una fiesta con el “tesoro del Virrey”, tema que tenía sobre ascuas a todos los lectores del país.
Quizás todo esto haya generado hasta dudas en los historiadores sobre el destino final de aquel tesoro colonial.
En 1806
La historia oficial relata que al producirse el desembarco inglés en 1806, conocida como Primera Invasión Inglesa, y ante el avance impetuoso de los británicos, el virrey Rafael de Sobremonte decide sacar todo el tesoro del fuerte y llevárselo. Se detiene en Luján. Los ingleses al mando de Carl Beresford toman el fuerte pero no hay ni rastros del tesoro. Pero se enteran qué Sobremonte se lo llevó. Para poder hacerse con él toman los barcos anclados en la rada para extorsionar al funcionario español. Los propietarios, representados en el Cabildo, se dirigen al virrey para que lo devuelva. Pero una expedición inglesa lo recupera antes. El comandante, pese a la oposición de algunos, embarca el dinero y lo envía a Inglaterra. Esta medida y la entrega de los barcos, en parte, genera malestar en los propietarios criollos que comienzan la sublevación contra las fuerzas de ocupación inglesas. Y recuperan Buenos Aires el 12 de agosto antes del retorno de Sobremonte desde Córdoba con fuerzas españolas. El 17 de septiembre, el tesoro de Buenos Aires llega a Londres. Se carga en ocho carros, transportando cada uno cinco toneladas de pesos plata, arrastradas por seis caballos.
Volvamos a los acontecimientos de 1938. Crecen las dudas y las fuerzas policiales se dirigen a Pergamino para investigar la zona del hallazgo. Según relata nuestro diario (La Gaceta de Tucumán) “el comisario Lastra (enviado desde Buenos Aires), acompañado de algunos miembros del personal a sus órdenes y periodistas, recorrió parte del arroyo Las Garzas, ubicado en el camino a la estación de Las Vanguardias, siendo de poco cauce” y aclaraba además que “el casco de la estancia que atraviesa el campo donde se localizó el tesoro se halla abandonado. Dicho campo perteneció a una familia Ocampo pasando por legado a poder de Diógenes Urquiza”. Pese a la intensa búsqueda realizada, la famosa bóveda era esquiva e invisible. Un dato interesante que apareció en aquellos días era que Scardulla había sido detenido en enero de 1937 por proteger al reconocido pistolero Rogelio Gordillo, más conocido como “El pibe Cabeza”, quien introdujo la metodología de robo en banda en autos y con ametralladoras Thompson como se veía en las películas de gánsters de aquellos años. Gordillo murió el 9 de febrero de 1937. “Este detalle -según relata nuestro diario- se torna valioso en caso que se considere que los cofres desaparecidos hayan contenido el producto de robos” y las conjeturas periodísticas y policiales consideraron que “de confirmase esto se podría comprobar porque Scardulla pudo acusar a Valdivieso y Retes (socio del anterior) con propósitos de venganza por supuestas infidelidades”. También se apresó a Agustín Bandolich, reducidor de joyas, quien fue el contacto que relacionó a Valdivieso con Scardulla.
La historia oficial relata que al producirse el desembarco inglés en 1806, conocida como Primera Invasión Inglesa, y ante el avance impetuoso de los británicos, el virrey Rafael de Sobremonte decide sacar todo el tesoro del fuerte y llevárselo. Se detiene en Luján. Los ingleses al mando de Carl Beresford toman el fuerte pero no hay ni rastros del tesoro. Pero se enteran qué Sobremonte se lo llevó. Para poder hacerse con él toman los barcos anclados en la rada para extorsionar al funcionario español. Los propietarios, representados en el Cabildo, se dirigen al virrey para que lo devuelva. Pero una expedición inglesa lo recupera antes. El comandante, pese a la oposición de algunos, embarca el dinero y lo envía a Inglaterra. Esta medida y la entrega de los barcos, en parte, genera malestar en los propietarios criollos que comienzan la sublevación contra las fuerzas de ocupación inglesas. Y recuperan Buenos Aires el 12 de agosto antes del retorno de Sobremonte desde Córdoba con fuerzas españolas. El 17 de septiembre, el tesoro de Buenos Aires llega a Londres. Se carga en ocho carros, transportando cada uno cinco toneladas de pesos plata, arrastradas por seis caballos.
Volvamos a los acontecimientos de 1938. Crecen las dudas y las fuerzas policiales se dirigen a Pergamino para investigar la zona del hallazgo. Según relata nuestro diario (La Gaceta de Tucumán) “el comisario Lastra (enviado desde Buenos Aires), acompañado de algunos miembros del personal a sus órdenes y periodistas, recorrió parte del arroyo Las Garzas, ubicado en el camino a la estación de Las Vanguardias, siendo de poco cauce” y aclaraba además que “el casco de la estancia que atraviesa el campo donde se localizó el tesoro se halla abandonado. Dicho campo perteneció a una familia Ocampo pasando por legado a poder de Diógenes Urquiza”. Pese a la intensa búsqueda realizada, la famosa bóveda era esquiva e invisible. Un dato interesante que apareció en aquellos días era que Scardulla había sido detenido en enero de 1937 por proteger al reconocido pistolero Rogelio Gordillo, más conocido como “El pibe Cabeza”, quien introdujo la metodología de robo en banda en autos y con ametralladoras Thompson como se veía en las películas de gánsters de aquellos años. Gordillo murió el 9 de febrero de 1937. “Este detalle -según relata nuestro diario- se torna valioso en caso que se considere que los cofres desaparecidos hayan contenido el producto de robos” y las conjeturas periodísticas y policiales consideraron que “de confirmase esto se podría comprobar porque Scardulla pudo acusar a Valdivieso y Retes (socio del anterior) con propósitos de venganza por supuestas infidelidades”. También se apresó a Agustín Bandolich, reducidor de joyas, quien fue el contacto que relacionó a Valdivieso con Scardulla.
Otra hipótesis
Sobre el real dueño del tesoro, además de las dos hipótesis anteriores apareció una tercera. En la zona del hallazgo era famoso Pancho Sierra; algunos consideraban que tenían una fortuna que escondió en alguna parte de la región. Una figura mítica con fama de manosanta y curandero. Curaba con pocas armas: agua fresca del aljibe, el profundo magnetismo de su voz, su mirada penetrante y, fundamentalmente, la fe de quienes solicitaban su ayuda. Su fama se trasmitió de boca en boca y la estancia “El Porvenir” se llenó de carruajes y carretas. Habría nacido en 1831 y fallecido en 1891.
Sobre el real dueño del tesoro, además de las dos hipótesis anteriores apareció una tercera. En la zona del hallazgo era famoso Pancho Sierra; algunos consideraban que tenían una fortuna que escondió en alguna parte de la región. Una figura mítica con fama de manosanta y curandero. Curaba con pocas armas: agua fresca del aljibe, el profundo magnetismo de su voz, su mirada penetrante y, fundamentalmente, la fe de quienes solicitaban su ayuda. Su fama se trasmitió de boca en boca y la estancia “El Porvenir” se llenó de carruajes y carretas. Habría nacido en 1831 y fallecido en 1891.
Investigaciones
Las investigaciones siguieron sin frutos junto con la toma de declaraciones por parte de la Justicia sin resultados efectivos. Tras dos días de trabajo los pesquisas dieron con el lugar donde Scardulla encontró los cofres pero nada de la bóveda ni del túnel tan mentado por él. Sus vecinos lo fueron desenmascarando al señalar que “era un aventurero en el peor de los sentidos del vocablo”, además de “haber sido curandero y tener contactos con bandas de delincuentes. Mediante operaciones dolosas consiguió despojar a vecinos de crecidas sumas”. Pese a todo, el hombre mantuvo su palabra hasta que dos hechos derribaron su historia. La suerte, y quizás el intenso trabajo policial, hizo que un herrero de Venado Tuerto, Pedro Bonfanti, se acercara a la sede policial para relatar que Scardulla le había pedido que le haga unos cofres que parezcan antiguos. Las cosas comenzaban a aclararse y de los más de un millón de pesos que representaban las presuntas joyas, plata y oro encontrado iba quedando poco. Todo se terminó de acomodar cuando Guillermo Trucco, cuñado del embaucador y presunto acompañante durante los trabajos de recuperación del tesoro, dijo que nunca encontraron nada y que fue aquél quien “lo engañó miserablemente con el cuento de los arcones. He sido el primer sorprendido al enterarme de que lo manifestado por mi cuñado ha sido una patraña”. Para agregar que le mintió sobre el mítico y millonario tesoro para sacarle dinero a él y a su madre, “quien embaucada con la leyenda le entregó 16.000 pesos”. Trucco aseguró que hipotecó una casa para obtener los 30.000 pesos que nunca le devolvió.
Ante esa situación el embaucador terminó reconociendo que todo lo que había relatado era una mentira y que el presunto tesoro era el producto de robos. Además que nunca existieron los cofres, ni las joyas, ni los lingotes. Dio nombres sobre las personas vinculadas a las joyas robadas y que con el famoso tesoro esperaban poder “hacerlas pasar”. Antes de decir que “todo era mentira” ante los policías, al hombre se le borró la sonrisa que siempre tenía, comenzó a responder las preguntas de mala gana y se quebró “presa de una crisis nerviosa que pronto se transformó en llanto”. La investigación siguió para descubrir que las joyas eran muy pocas, pero que el hombre llenó algunos cofres de hierro viejo y oxidado, fueron soldados, y con ellos estafó a familiares y vecinos con ganancias extraordinarias. Según el relato del 12 de agosto de 1938 (raro juego del destino el mismo día que era reconquistada Buenos Aires en 1806) el jefe de Defraudaciones y Estafas, comisario Fontenla, expresó que “había estafado a Antonio Buguet, en 10.400 pesos; a Vicente Artroner, en 47.000 pesos; a la suegra, en 16.000 pesos y a Amado Trucco, en 28.000 pesos”. Finalmente, el embustero terminó reconociendo que hizo confeccionar tres baúles que “los había arrojado, uno en la estancia La Emilia, otro en una laguna y el tercero no se acordaba”. En cuanto a la idea de la estafa le surgió cuando “un colono apellidado Lumbardo le había hablado acerca de un tesoro que se hallaba enterrado en Pergamino”. Intentó dar con él pero fue infructuoso y luego ideo todo su plan.
Las investigaciones siguieron sin frutos junto con la toma de declaraciones por parte de la Justicia sin resultados efectivos. Tras dos días de trabajo los pesquisas dieron con el lugar donde Scardulla encontró los cofres pero nada de la bóveda ni del túnel tan mentado por él. Sus vecinos lo fueron desenmascarando al señalar que “era un aventurero en el peor de los sentidos del vocablo”, además de “haber sido curandero y tener contactos con bandas de delincuentes. Mediante operaciones dolosas consiguió despojar a vecinos de crecidas sumas”. Pese a todo, el hombre mantuvo su palabra hasta que dos hechos derribaron su historia. La suerte, y quizás el intenso trabajo policial, hizo que un herrero de Venado Tuerto, Pedro Bonfanti, se acercara a la sede policial para relatar que Scardulla le había pedido que le haga unos cofres que parezcan antiguos. Las cosas comenzaban a aclararse y de los más de un millón de pesos que representaban las presuntas joyas, plata y oro encontrado iba quedando poco. Todo se terminó de acomodar cuando Guillermo Trucco, cuñado del embaucador y presunto acompañante durante los trabajos de recuperación del tesoro, dijo que nunca encontraron nada y que fue aquél quien “lo engañó miserablemente con el cuento de los arcones. He sido el primer sorprendido al enterarme de que lo manifestado por mi cuñado ha sido una patraña”. Para agregar que le mintió sobre el mítico y millonario tesoro para sacarle dinero a él y a su madre, “quien embaucada con la leyenda le entregó 16.000 pesos”. Trucco aseguró que hipotecó una casa para obtener los 30.000 pesos que nunca le devolvió.
Ante esa situación el embaucador terminó reconociendo que todo lo que había relatado era una mentira y que el presunto tesoro era el producto de robos. Además que nunca existieron los cofres, ni las joyas, ni los lingotes. Dio nombres sobre las personas vinculadas a las joyas robadas y que con el famoso tesoro esperaban poder “hacerlas pasar”. Antes de decir que “todo era mentira” ante los policías, al hombre se le borró la sonrisa que siempre tenía, comenzó a responder las preguntas de mala gana y se quebró “presa de una crisis nerviosa que pronto se transformó en llanto”. La investigación siguió para descubrir que las joyas eran muy pocas, pero que el hombre llenó algunos cofres de hierro viejo y oxidado, fueron soldados, y con ellos estafó a familiares y vecinos con ganancias extraordinarias. Según el relato del 12 de agosto de 1938 (raro juego del destino el mismo día que era reconquistada Buenos Aires en 1806) el jefe de Defraudaciones y Estafas, comisario Fontenla, expresó que “había estafado a Antonio Buguet, en 10.400 pesos; a Vicente Artroner, en 47.000 pesos; a la suegra, en 16.000 pesos y a Amado Trucco, en 28.000 pesos”. Finalmente, el embustero terminó reconociendo que hizo confeccionar tres baúles que “los había arrojado, uno en la estancia La Emilia, otro en una laguna y el tercero no se acordaba”. En cuanto a la idea de la estafa le surgió cuando “un colono apellidado Lumbardo le había hablado acerca de un tesoro que se hallaba enterrado en Pergamino”. Intentó dar con él pero fue infructuoso y luego ideo todo su plan.
En San Luis
Scarduglia tras esos tiempos de fama desapareció y fue encontrado por un periodista viviendo en la capital de San Luis, allá por los años '70. Mantuvo una charla con él para contar el mismo relato mítico pese a que la verdad está plasmada en el prontuario de la Policía Federal 49.206. Tenía 71 años por entonces. Se pierde en las brumas del tiempo y de la memoria aquél hombre de baja estatura que tuvo en vilo al país con su historia. (Por Manuel Riva para La Gaceta de Tucumán)