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lunes, 21 de marzo de 2016

A 40 años del golpe, el recuerdo de cómo se vivió en Pergamino

Militares en las puertas de la Municipalidad de Pergamino,
 una postal de aquellos años oscuros. (ARCHIVO)
Se cumplen cuatro décadas del inicio de una larga noche que duró hasta 1983. La irrupción de la dictadura no solo quebró el orden constitucional sino que se cobró miles de vidas, por muertes y desapariciones forzadas, además de persecuciones y torturas que marcaron a una generación. Testimonios recuerdan cómo fueron aquellos días en la ciudad.

DE LA REDACCION. Hace cuatro décadas, este jueves,  el país estaba sumergido en una crisis como tantas otras a las que fue sometido a lo largo de su historia, y una vez más la solución a los problemas fue buscada por el lado de la fuerza, produciendo un quiebre institucional que dio paso a un período atroz del que aun hoy quedan algunos resabios, a pesar de lo mucho que se ha hecho y sigue haciendo para que “nunca más” la Argentina padezca un gobierno inconstitucional, dictador y responsable de miles de muertes y desapariciones.

El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 es historia conocida: el Gobierno de María Isabel Martínez de Perón hacía agua por todos lados y, en complicidad con muchos civiles y el consentimiento implícito de una parte de la sociedad, los militares de entonces tomaron el poder por la fuerza. Lo que nadie o pocos sabían era lo nefasta que sería esa dictadura que se quedó hasta diciembre de 1983. Fue tan cruel que la historia da cuenta de 30 mil personas muertas (algunos más o algunos menos, entendiendo esta cifra como simbólica) desaparecidas por el solo hecho de seguir ideales o por simplemente participar de alguna organización de ayuda o ser amigo o pariente de algún militante que estuviera “marcado” por los “servicios”.

Los militares se posicionaron para dar el golpe en 1975, cuando las Fuerzas Armadas pasaron a integrar el Consejo de Seguridad Interna. Desde allí  lanzaron una serie de operaciones catalogadas como “antisubversivas”, para garantizar el orden social que el Gobierno de “Isabelita” ya no estaba en condiciones de ofrecer. Y cuando los golpistas estuvieron seguros de que el Gobierno había perdido todo apoyo popular y político, dieron el golpe de Estado.

En Pergamino

Pergamino tiene su propia historia de aquellos tiempos duros para la democracia argentina. Aquí no faltaron ni atentados, ni muertos, ni desaparecidos, ni presos políticos ni “entregadores”. Tampoco conversos que fueron útiles a las órdenes de un gobierno antidemocrático.

Los memoriosos de la época recuerdan que los días previos al 24 de marzo de 1976 no fueron fáciles. Había indicios de que el golpe de Estado era inminente. Encima el Municipio de Pergamino estaba envuelto en una crisis sin precedentes, porque el intendente elegido por el voto popular, el doctor Carlos Nazareno Gaspard, estaba suspendido y su lugar lo ocupaba un interino, Moisés Nacud. Y justo el día que Gaspard se tenía que reintegrar porque la Justicia lo habilitaba después dar lugar a su apelación tras el juicio político al que había sido sometido en diciembre de 1975, se produjo el golpe. Pero lo llamativo es que el interino se quedó en el sillón de intendente hasta que los militares nombraron a su propio representante, que fue el arquitecto Raúl Rossi, un mandatario al que muchos aún ponderan como uno de los mejores jefes comunales que tuvo el Partido, por la cantidad de obras y el desarrollo que tuvo el distrito en esos años, más allá de que fue durante los “años de plomo”.

Naturalmente, la Junta Militar en el marco del proceso de reorganización nacional, prohibió todo tipo de actividad política, sea partidaria o no. Incluso eran mal vistas las peñas o reuniones de amigos porque en cada grupo, según la mentalidad de los mandamás del momento, se podría estar gestando alguna acción subversiva. De estas cuestiones dan cuenta los dirigentes políticos de la época, quienes a pesar de estar en conocimiento de los riegos que implicaba hablar de política, siguieron militando –aunque clandestinamente- en lo que el peronismo dio en llamar la “resistencia”. Pero no solo los peronistas se mantuvieron activos desde las sombras; los radicales, socialistas, intransigentes, comunistas y dirigentes de otras corrientes asumieron los mismos riesgos convencidos de que solo por la vía de la política era posible una salida a tanto desorden institucional.

En Pergamino, como en el resto del país, el mayor costo lo pagaron muchos jóvenes que no quisieron quedarse en sus casas a esperar que la tormenta pasara. Al contrario, salieron a capear el temporal desde sus convicciones y algunos pagaron con sus propias vidas. Pergamino cuenta con casi una treintena de desaparecidos y una extensa lista de presos políticos. No había contemplación para los que eran considerados subversivos. A la par, dirigentes políticos eran detenidos, los sacerdotes y referentes sociales eran perseguidos y las instituciones eran cooptadas por delegados del régimen dictatorial, mientras que una sociedad  adormecida se consolaba viendo un aparato de publicidad engañoso y tomando las pequeñas cuestiones que llegaban como “beneficios” por parte del gobierno de facto, como algunas obras públicas y una relativa estabilidad que al poco tiempo se desplomó.

En 1976 era necesario establecer un nuevo orden y recuperar el país económica e institucionalmente pero los que tomaron el mando se equivocaron de camino y a lo largo de oscuros siete años que duró el proceso, hicieron todo lo posible para que la historia argentina los terminara detestando y condenando.

Gaspard, el intendente que nunca pudo volver


Carlos Nazareno Gaspard era un médico rural proveniente de Mariano H. Alfonzo que surgió en la arena política en aquellos años de los 70 como respuesta a la falta de un candidato firme del peronismo. El doctor Miguel Cirilo O’Brien,  Leandro Laguía y otros dirigentes de peso se habían negado a ser candidatos en 1973, acompañando la fórmula presidencial de Juan Perón e Isabel Martínez.

Gaspard ganó y armó un equipo de colaboradores de su extrema confianza, lo que para un peronismo tan fragmentado se tornó en una bomba de tiempo.

En 1975 se lo llevó a Gaspard a un juicio político por supuesto mal desempeño de sus funciones, previo paso por una Comisión Investigadora integrada entre otros por Carlos Mosca, Horacio Jaunarena y Alcides Sequeiro, a partir de una denuncia de Guillermo Ball Lima y Eduardo Cocconi.

Por aprobación del Concejo Deliberante dicha comisión decidió  suspender a Gaspard por 90 días.

El 9 de diciembre de 1975 se hizo el juicio político, en un hecho inédito para la ciudad. Fue en el Concejo Deliberante. Gaspard y sus dos abogados, los doctores José María Belgrano y Emilio Aboud, se retiraron del recinto antes de la sentencia. La decisión fue la destitución. El Concejo Deliberante estaba compuesto por 18 concejales: 10 del peronismo, presididos por Marcelo Conti y ocho radicales, encabezados por Carlos Mosca.

Gaspard apeló la sentencia ante la Corte bonaerense y un día antes del golpe de 1976, es decir el 23 de marzo, el máximo tribunal descartó las acusaciones y le restituyó el cargo. Pero nunca pudo volver. En su lugar seguía Moisés Nacud, que era interino y continuó durante los primeros meses de la dictadura, hasta que los militares nombraron a Raúl Rossi, que estuvo hasta la vuelta de la democracia en 1983.

Años después Gaspard reflexionaba sobre lo sucedido y decía: “Todo fue por la ambición de poder, había que desplazarme para ocupar el poder”.

Histórico peronista, Marcelo Conti recuerda que “el golpe se veía venir”

Marcelo Conti, cinco veces electo concejal por el peronismo (dos veces con mandato trunco, el primero con el derrocamiento de Illia y el segundo con la caída de Isabel Perón) recuerda hoy, a los 87 años de edad y con una memoria prodigiosa, que el golpe de 1976 “se veía venir”.

En los días previos sectores civiles organizados reforzaron esa tendencia militar a dar el golpe y ya se había generado un ambiente propicio para que eso sucediera. “En esos días anteriores nosotros habíamos organizado reuniones permanentes en el bloque  del Frente Justicialista que yo presidía, porque estaba la sensación de que algo se venía, y vivíamos pendientes del acontecer diario en la Capital Federal. Pero lamentablemente se produjo este golpe, que fue cívico-militar porque la sociedad civil tuvo incidencia”, señala Conti, uno de los emblemas vivientes del peronismo pergaminense.

“Yo me enteré (del golpe) por una llamada telefónica de Guillermo Ball Lima a la madrugada. De inmediato nos constituimos en el Municipio, hicimos algunas cuestiones previas antes de dejar el Concejo, porque estaba claro que se cerraba, y solo quedó provisoriamente el intendente (Moisés) Nacud, que me parece que tenía ganas de quedarse definitivo”, recuerda a 40 años de ese momento.

En cuanto a las sensaciones que tuvo ante tamaña circunstancia, Conti dijo: “Personalmente me causó bronca y rebeldía, motivado por dos cuestiones. En primer lugar porque uno veía que mientras los concejales y algunos funcionarios salíamos por la puerta grande del Municipio y con la frente bien en alto, tanto del oficialismo como de la oposición, a la par ingresaban personajes con intenciones de usurpar el poder por la fuerza o por acomodo con algún sector influyente. Y por otro lado me causaba rebeldía el hecho de que uno presentía que se venían tiempos muy difíciles, de lucha diaria y permanente, con la intención de ir recuperando las instituciones de la democracia”.

Marcelo Conti tuvo su recompensa, porque tras la recuperación de la democracia en 1983  fue concejal en tres períodos (esta vez con todos los mandatos cumplidos) y también formó parte de la gestión del exintendente Alcides Sequeiro.

Sin embargo no analiza ese hecho de manera personal, porque asegura que esa lucha “tuvo cientos de nombres y rostros de pergaminenses” que los acompañaron. Y en ese contexto remarca un dato que para él es fundamental: “El sostén principal de esa resistencia fue el aporte de la juventud que fue la que sufrió las peores consecuencias con muertes, desapariciones y persecuciones”, asegura Conti y por otro lado destaca como valores fundamentales a la militancia y al compañerismo. “Las palabras compañero y militante nos alentaba en la lucha. Había que mantener latente el espíritu de lucha y había un trato de igualdad, sin personalismos. Era lo mismo el militante que el dirigente e incluso había dirigentes que eran verdaderos militantes. Todo era tendiente a recuperar las instituciones de la democracia”, recuerda.

También evoca cómo se las ingeniaron los políticos para seguir trabajando desde la clandestinidad. “En Pergamino primero formamos un centro de estudios para disimular un poco nuestra actividad política y también empezamos a reunirnos en la Capilla Santa Teresita con el cura Jorge Galli. Después conformamos la Agrupación Celeste y Blanca para darle un sentido político, que tenía una mesa ejecutiva que era presidida por Leandro Laguía y conformada además por Eduardo Conte, Alcides Sequeiro, Guillermo Ball Lima y yo”, recordó Marcelo Conti y también señaló que estaban en contacto con la gente en los barrios y en los pueblos, y conectados a diario con sus referentes en la Capital Federal (cosa que se puede adivinar como dificultosa dados los medios de comunicación de la época). “Entre ellos estaban Antonio Cafiero, Italo Luder y muy especialmente el ‘Pato’ Galmarini que fue un verdadero luchador en aquella época”, reconoce.

“Nosotros nos dedicamos a mantener el espíritu latente y cuando llegó el momento de incursionar en la política propiamente dicha, tuvimos una avalancha de afiliaciones”, se jacta hoy al recordar la época de la resistencia.

Y si de evocar se trata, sintetizó a todos y cada uno de los compañeros que se la jugaron en aquellos años, en un nombre de un militante, a quien definió como “un compañero humilde de barrio, que dio todo por el peronismo”. Ese hombre fue Rolando “Toya” Quintero. “Ver el afecto que le tenía la gente a ese hombre y la sinceridad y franqueza con la que él hablaba y actuaba hizo aflorar en uno un sentimiento muy especial”, dice hoy Marcelo Conti con una expresión muy sentida.

También habló de las amenazas y atentados: “Tuve muchas citaciones y padecimos actitudes de la Justicia. Además padecí dos atentados, ambos antes del golpe, cuando se estaba generando el clima de temor en la sociedad. El más grave fue cuando balearon mi casa con varios tiros, al punto de que una bala atravesó un piano de punta a punta, por lo que si en ese momento me asomaba probablemente me hubieran matado”, recordó.

Y por último se tomó la licencia de atar aquellos años de lucha con la coyuntura actual. “Al nuevo Gobierno hay que darle tiempo, no podemos exigirle todo de un día para el otro, al contrario; hay que acompañarlo en lo que se pueda. Pero hay que tener en cuenta una reflexión de Perón cuando decía que lo más importante es el pueblo. Entonces, tengamos cuidado con no abandonar esas banderas, porque sin esas banderas no habrá acompañamiento del pueblo peronista”.


El padre Marciano Alba, un perseguido del proceso: “Solo estábamos evangelizando”


El padre Marciano Alba, hoy en España, padeció los avatares de aquellos años negros por el solo hecho de conducir a un grupo de jóvenes que tenían ganas de ayudar al prójimo.

Era el párroco de San Vicente de Paúl y le daba una impronta solidaria a la acción evangelizadora de la Iglesia. Apuntó a los más humildes, en los barrios Güemes y 12 de Octubre, donde hizo, junto a los jóvenes de la zona oeste, una obra maravillosa.

LA OPINION lo contactó por teléfono para revivir aquellos tiempos duros, de los que no guarda rencor y tiene muy presente cada dato, cada acción, cada nombre y hasta las fechas.

“Yo estaba al frente de la Parroquia San Vicente con sus respectivas capillas. Trabajábamos con un grupo de jóvenes, el grupo se llamaba “Emmanuel”. El trabajo consistía en visitar a las familias, ayudar a construir sus casas, abrir calles. La labor evangélica consistía en un gran trabajo social, fundamentalmente en los barrios carenciados Güemes y 12 de Octubre. El deseo grande era hacerle bien a la gente. Pero el problema era que los del Peronismo Auténtico pasaban mucho por mi casa cuando iban por el barrio, y se juntaban con los de Emmanuel y tenían intenciones de captarlos, pero los de Emmanuel estaban con la idea fija de su trabajo evangelizador y directamente no les llevaban el apunte a los del Peronismo Auténtico”, recordó el padre Marciano desde España en diálogo con LA OPINION.

“Nuestra tarea era pastoral y de servicio social, sin tener nada que ver con la política. Anteriormente al golpe de Estado tuve una Nochebuena con la gente del 12 de Octubre y fue maravilloso. Pero ellos (los militares) creían otra cosa de nosotros. Por ejemplo, que teníamos armas en el tanque de agua de la Parroquia. El día que me fueron a detener me pidieron el arma y les señalé una cruz grande que tenía arriba de la cama: ‘Esa es mi arma con la que trabajo con la gente’, les dije”, recordó el sacerdote que adelantó que el mes que viene estará de visita en Pergamino.

Y dijo que mucho después se enteró que los militares pensaban que él era “correo” del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) “porque yo viajaba mucho con los jóvenes”.

Acerca de cómo fue su detención relató: “El 1º de abril a la madrugada me fueron a buscar, yo estaba solo. Golpearon la puerta y dijeron que abriera, que era la Policía. De inmediato llamé a Gastón (Romanello, el sacerdote de La Merced) y le informé lo que estaba pasando. Gastón de inmediato se fue para San Vicente. Yo salí con el pijama puesto y la Policía entró con los militares a registrar toda la casa. El capitán que venía al frente se puso a mirar todos los libros uno por uno, buscando cartas, direcciones y remitentes. Ese capitán le dijo a Gastón que se fuera, y Gastón le respondió que hasta que ellos no se fueran, él no se iba a ir, que estaba ahí porque era sacerdote y estaba al lado de su compañero. Y se quedó todo el tiempo, hasta que me llevaron detenido a San Nicolás”.

“Fue fundamental un llamado que Gastón le hizo de inmediato al obispo Ponce de León, porque, convocados por monseñor, a las 7:00 de la mañana había 20 sacerdotes en el Obispado. Se pensaban que estaba yo solo detenido, pero la misma noche también llevaron a Jorge Galli”, agregó Marciano Alba y recordó que “estuvimos tres días en el mismo calabozo con Galli y también estaba detenido el padre Raúl Acosta. ‘Como esto siga así va a parecer el Vaticano’, le decíamos a los policías”.

“Después –continuó narrando- nos llevaron al Obispado, pero seguíamos presos. Así estuvimos una semana más, bajo la palabra del obispo. Los militares le pidieron a monseñor que hubiera culto en las iglesias nuestras, pero le respondió que mientras no estuvieran los sacerdotes no habría culto, que si había algo contra nosotros que lo dijeran para que toda la gente lo supiera, pero que si no había nada, mientras estuviéramos detenidos no iba a haber actividad en nuestros templos”.

Como reflexión de lo sucedido, el padre Marciano fue tan sencillo como categórico: “Con nosotros el error que cometieron fue que pensaban que hacíamos política y en realidad estábamos evangelizando”.

“Tito” Friguglietti recuerda que por aquellos días “Pergamino estaba rara”


Juan Carlos “Tito” Friguglietti fue otro de los dirigentes políticos de la época y recordó cómo fue aquel tiempo en que primero se gestó y después se concretó el golpe.

“Con un grupo de compañeros nos reuníamos permanentemente porque había versiones de que se venía un golpe; lo hicimos durante dos meses. Con Castellano, que era el secretario del gremio de la construcción, hicimos una comida para 1.500 personas en el Club 25 de Mayo y ahí hablamos todos, y dijimos que no había que tenerle miedo al golpe, que entre todos teníamos que cuidar al peronismo. Fue cuatro días antes del golpe. El 24 de marzo me enteré por la radio, en mi casa, y cuando salí a la calle ya estaba el golpe. Pergamino estaba rara”, recuerda “Tito”, que fue secretario de Acción Social y después fue concejal.

También señaló que “ese día del golpe Guillermo Ball Lima nos reunió a todos en la Municipalidad y dijo que nos teníamos que ir todos, y nos fuimos todos, menos Nacud, que era el intendente interino que estaba reemplazando a Gaspard. Y a Nacud lo citó un coronel de Junín y le dio el aval para que siguiera, hasta nuevo aviso. En tanto Ball Lima, que fue el tipo más inteligente de ese momento, le recriminó que se quedara y le dijo que no se podía quedar ni un minuto porque se trataba de un golpe militar. Pero Nacud no renunció. Era un buen muchacho, pero no estaba muy metido en la política y tal vez se pensó que se iba a quedar por mucho tiempo, pero Ball Lima le había anticipado que iba a estar un par de meses y lo iban a mandar a la casa. Al poco tiempo vino Raúl Rossi designado por los militares”.

Y en el marco de las convicciones, Friguglietti contó una anécdota de aquellos tiempos: “Ismael Cali, un gran peronista, era secretario de prensa de la Municipalidad. Cuando asume Rossi, el secretario de Gobierno era Luis Mauricio Milano y lo llama a Cali para ofrecerle que siguiera. Cali, que tenía una buena categoría en el escalafón y por ende un muy buen sueldo, fue a hablar con el intendente y, de parado nomás porque no acepto sentarse, le dijo: ‘Señor, antes que hable usted, sírvase’ y le entregó la renuncia indeclinable. Rossi le ofreció la misma jerarquía, pero Cali le dijo que con un gobierno militar no se quedaba. Hombre de convicciones, que al final murió pobre, muy pobre”


http://www.laopinionpergamino.com.ar/locales/a-40-anos-del-golpe-el-recuerdo-de-como-se-vivio-en-pergamino

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